La prevalencia de los trastornos de ansiedad en niños de entre 6 y 12 años es del 12,3% (Costello, et al., 2005). La Organización Mundial de la Salud señala que los trastornos de ansiedad aparecen en la infancia, y que su prevalencia está alrededor del 5,7 y 17.7% .
Para Hobson (1993) las carencias en lo afectivo pueden generar mayor ansiedad en el niño autista, ya que la falta de comprensión del mundo afectivo-social puede generar la sensación de déficit y falta de control y percibir el contexto como una amenaza. La teoría afectiva de Hobson, concluye que las limitaciones en el autismo provienen de las dificultades que tienen para contactar afectivamente con otras personas. Tienen una limitada capacidad para el contacto afectivo con los demás, para asociarlos con puntos de vista a compartir. Además, las limitaciones en el lenguaje pueden también relacionarse con las dificultades para entender lo que el otro desea o pretende.
Por otra parte, es relevante mencionar que los trastornos del estado de ánimo pueden tener consecuencias devastadoras en la calidad de vida y aumenta el riesgo de pensamientos y comportamientos suicidas en adultos autistas, es por ello por lo que la detección de la ansiedad es de vital importancia. La ansiedad es una constante en la vida de niñas y niños autistas, y los trastornos de ansiedad son los más frecuentes en la población autista (Narzisi 2020).
La ansiedad es un sistema complejo de respuesta conductual, fisiológica, afectiva y cognitiva, que se activa al anticipar sucesos o circunstancias que se juzgan como muy aversivas porque se perciben como acontecimientos imprevisibles, incontrolables, que potencialmente podrían amenazar los intereses vitales de un individuo. (Clark y Beck, 2012, p. 16).
Así pues, la ansiedad y el autismo parecen estar entrelazados entre ellos hasta el punto en que se ha llegado a sugerir que la ansiedad es un componente integral del autismo (Weisbrot et al., 2005), incluso que el autismo es un trastorno de estrés (Morgan, 2006) y que la ansiedad generalizada es tan común en las personas con TEA que incluso no debería ser diagnosticada como un trastorno separado (Bellini, 2006; Ghaziuddin, 2005; Gillott y Standen, 2007).
Ps. Constanza Velozo San Martín
Mg. Autismo